Hace algunos
años tuve el privilegio de asistir a un foro en el IESA en el que participó
Lorenzo Mendoza, dueño y presidente de Empresas Polar, y a quien pude hacerle
una pregunta. Como de costumbre luego de su discurso, muy inspirador y
absolutamente correcto políticamente, los organizadores abrieron el micrófono
para interactuar con el ponente. Después de algunas preguntas sobre el programa
de responsabilidad social de Polar, sobre cuál debía ser el rol del sector
privado en el desarrollo de las comunidades de artesanos en el último pueblito
del interior de Venezuela, acerca de cómo se debía apoyar el deporte o cosas
así, finalmente tocó mi turno.
Yo había
estado un poco impaciente durante su intervención. Entre la decepción y la
incredulidad había escuchado atentamente su tibio discurso, una variante de
esos muy típicos discursos del empresariado venezolano en tiempos del chavismo.
Esos en los que casi con vergüenza, no sin antes prácticamente pedir perdón por
la avaricia, se sostiene con timidez que hay un espacio para que el sector
privado, eso sí siempre cumpliendo con las normas y el escrutinio de su
vigilante, pueda ayudar aunque sea un poquito al siempre protagonista poder
político a beneficiar al país. Poniendo siempre por delante un impecable y
ambicioso programa de responsabilidad social corporativa que contrastara con su
aparente avaricia capitalista, esa mala maña de hacer cosas y venderlas. Un
programa por cierto que en el caso de la Polar es voluntario y que siempre he
celebrado, puesto que ilustra que un empresario con su dinero puede hacer lo
que quiera, incluso altruismo, el de verdad, no la distorsionada versión
obligada de solidaridad que minimiza la posibilidad de cualquier gesto
voluntario.
De
cualquier viejo representante del gremio empresarial, muchos de quienes más que
empresarios son lobistas de privilegios, receptores de subvenciones y beneficiados
de las políticas proteccionistas, me lo esperaba. ¡Vamos! Es a lo que nos
tienen acostumbrados. Pero literalmente me dolía el pecho de escuchar el mismo
penoso mensaje en un discurso dictado por el paradigma de empresario exitoso y
que iba dirigido a una audiencia de jóvenes líderes y emprendedores que
resistíamos al chavismo. Un tipo joven, ingeniero, con posgrado del MIT,
heredero y brillante gerente de una de las más grandes fortunas de Venezuela y
del mundo, compuesta por unas 40 empresas y unos 30.000 empleados, alguna vez
en la lista Forbes de billonarios del mundo.
Esperaba
más bien un discurso reivindicador de la iniciativa individual, del poder de la
voluntad, del talento, de la creatividad. Un mensaje claro de que son los
capitanes de la industria los que sirven a la sociedad satisfaciendo los deseos
de sus clientes y construyendo un país a través de la competencia y del trabajo
duro. Los dueños del mundo a la vez que humildes y obedientes súbditos del
soberano consumidor, quien caprichosamente decide a quien premiar y a quien
castigar, a quien hacer millonario y a quien mandar a la quiebra. De quienes
frente a la incertidumbre y a la adversidad apuestan por crear empleo, riqueza
y bienestar para todos. De quienes tienen la más efectiva función social: crear
para satisfacer a los demás. Un mensaje que colocara a los verdaderos
empresarios en el lugar que les corresponde y que denunciara a un gobierno
parásito que nada produce sino que impide a los talentosos hacerlo. En fin, esperaba
escuchar un discurso digno de un héroe de La Rebelión de Atlas.
Ante mi
decepción, mi pregunta fue maliciosa. Algo así: “Usted, que no le parecen
necesariamente malas las expropiaciones, que está de acuerdo con la
obligatoriedad de los programas de responsabilidad social empresarial para
beneficiar a la sociedad, que no está en principio en desacuerdo con las
regulaciones de la economía ¿va a permitir que los venezolanos podamos
comprarle acciones de la Polar para beneficiarnos también nosotros?”. Su
respuesta a la provocación fue exactamente, para mi tranquilidad, la que me
esperaba. Un rotundo ¡NO! Finalmente un chispazo genuino y honesto de aquello
que enmascaró a lo largo de todo su discurso políticamente correcto. Entre
líneas un orgulloso "- ¡Esa vaina es mía! - ¡Mi familia y yo somos quienes
le hemos echado bolas y NO me da la gana!". Una reivindicación de su
derecho más íntimo, de ser el único dueño del fruto de su talento y trabajo si
es esa su voluntad. Un mensaje tan poderoso y distinto al discurso terminado
unos minutos atrás.
Por
supuesto pocos entendieron mi intención. Estoy seguro que la audiencia celebró
más, como de costumbre, lo que les pareció era el apabullamiento del
débil por el fuerte, aunque estoy igual de seguro que el mensaje le llegó a los
corazones y subconscientes de todos. Y esa era mi intención. Ver al Lorenzo
Mendoza que a mi parecer tenía que ser. No al que recitaba lo que sus asesores
de relaciones públicas le aconsejan que deba ser el mensaje más apropiado. Sino
el Lorenzo Mendoza orgulloso y empoderado a través de su trabajo, talento y
éxito. El empresario digno que distingue perfectamente entre productor y
parásito. Quien debe estar muy claro de lo que le corresponde, de aquello a lo
que tiene pleno derecho y que no le toca a nadie más decidir por él. Ni
siquiera a un gobierno. Un emprendedor que sabe cuánto país no le han dejado construir
por estar hostigado día a día por el gobierno.
A este
Lorenzo Mendoza del chispazo no lo he vuelto a ver. Me resisto a creer que su
respuesta haya sido tan solo una visceral explosión del egoísmo al que tiene
derecho y que yo me esté inventando historias sobre sus méritos.
Hoy, que
esperaría todavía más de él dada la cantidad de agua que ha pasado bajo el
puente desde aquél discurso, viene con 7 propuestas para la producción nacional
(enlaces al final). Estas propuestas parecen más salidas de un sector
pragmático entre el PSUV y la MUD, que de un empresario que tiene que pedir más
de 90.000 permisos cada vez que tiene que movilizar dentro del país materia
prima y producto terminado de su propiedad (las famosas guías de movilización).
Me parece más una petición cabizbaja de que por favor muevan más ágilmente los
procesos burocráticos con los que se asfixia a diario al precario sector
empresarial venezolano a ver si la cosa mejora.
La
primera propuesta de Mendoza no es eliminar el control de cambio, sino que el
gobierno termine de pagar en dólares a los proveedores a quienes, toneladas de
carpetas mediante, Cadivi y luego Cencoex se comprometieron a pagar en divisas
habiendo recibido los bolívares. Mendoza dice que se debe a sus proveedores 370
millones de dólares, algunos de ellos con deudas desde hace casi 3 años. Tiene
suerte Mendoza de tener un gigantesco imperio trasnacional y flujos de caja en moneda
dura por sus negocios fuera del país. Porque los proveedores extranjeros del
resto de los más modestos empresarios venezolanos, hace mucho tiempo que no
ofrecen líneas de crédito ni despachan insumos por los retrasos impuestos por
el ilegítimo control de cambio. Muchos de ellos con nóminas administrativas
abultadas para mantener al día las carpetas del Milco, Cadivi, Cencoex, Sica,
Sada o de la Superitendencia de Precios Justos, ya han tenido que bajar la santamaría.
La
segunda propuesta no es reducir el gasto público ni la hipertrofia del Estado,
sino sugerir al gobierno que para que no quiebre, busque fuentes de
financiación a bajo interés. Es decir que se adeude más pero más barato. Para
que así las próximas generaciones de venezolanos tengan que pagar mañana una
deuda un poco más barata, para que hoy puedan seguir colocando fotos de
Chávez, derrochando, robando y manteniendo a enchufados. Interesante saber
quién, con el riesgo país de Venezuela, podrá prestarle barato al gobierno
socialista. Todavía más si Mendoza acompaña esta idea en Globovisión con que a
cambio de pedir este financiamiento barato a organismos multilaterales, no
debemos aceptar ninguna “receta” del acreedor. Va a estar complicado. Mirando
el lado bueno, al menos no dijo que se imprimieran un poco menos de billetes
inorgánicos.
La
tercera propuesta no es afianzar el Estado de Derecho ni liberalizar la
economía para atraer capital, sino usar el dinero de los contribuyentes para
hacer un fondo para que él y los pocos empresarios que quedan puedan comprar
con eso materia prima.
La
cuarta propuesta no es eliminar los controles de precio que crean
desabastecimiento, ahuyentan capitales y cierran las empresas que tienen un
tamaño y brazo financiero más modesto que el de Empresas Polar. Sino ajustar
los precios regulados para que se pueda pagar los costes y haya una ganancia
"adecuada". Me imagino que estas ganancias "adecuadas" las
seguirá determinando el gobierno ¿no? ¿O serán negociadas entre el gobierno y
los gigantescos empresarios que como Mendoza puedan ser recibidos en Miraflores?
Además del grave error de seguir consintiendo los controles de precios, se le
olvida a Mendoza algo que sabe hasta el más analfabeto en economía. Que en un
contexto hiperinflacionario los precios regulados habría que modificarlos todos
los días para ir al ritmo del aumento en los costes y en las ganancias que el
gobierno diera permiso a tener.
La
quinta propuesta no es privatizar en un proceso transparente a todas las
empresas del Estado para que este se dedique más bien, por ejemplo, a afianzar
el Estado de Derecho, desarmar a los criminales dentro y fuera de las cárceles
y acabar con la inseguridad física y jurídica en Venezuela. Sino que aquellas
empresas del Estado que no produzcan, otrora expropiadas a empresarios que no
tenían tanto peso político como Mendoza para poder evitarlo, propone pasarlas a
un "programa de recuperación". La guinda es que el mismo Lorenzo
Mendoza se postula para que se las alquilen a él para ponerlas a funcionar...
¿¡Perdón!?... La más acertada definición de monopolio es que el gobierno acabe
con la competencia en un sector y privilegie a alguien como único productor.
Esta alternativa sería injustificable.
La sexta
propuesta es que una parte de la producción nacional se dirija a programas
sociales a precio preferencial para la población vulnerable. Supongo que con
población vulnerable no se referirá al colectivo de bachaqueros, que se las
sabe todas para conseguir producto a precio preferencial y venderlo luego en el
mercado negro a un precio libre. Porque esto es lo que hemos aprendido de las
barreras artificiales y precios preferenciales desde la gasolina en la frontera
colombo-venezolana, hasta el papel higiénico en cualquier barrio del país.
Bueno, al menos es lo que algunos hemos aprendido.
La
séptima propuesta no es tal, es un deseo, una perogrullada. Que se fortalezca
la producción agrícola nacional. Supongo que para hacerlo cabe cualquiera de
los planes que a este respecto han ejecutado desde Chávez en sus primeros días
hasta Maduro hoy. Y no lo digo con ironía sino al ver que el resto de
propuestas no son sino más de lo mismo pero mejor gerenciado. Como si tuviera algo
que ver la gerencia de una mala idea con su necesario fracaso.
Reconozco
que es mi culpa. Que soy yo quien caprichosamente esperaba que Lorenzo Mendoza
fuera un campeón de la libertad empresarial desde el más pequeño emprendedor
hasta un magnate como él. No tiene porqué hacerlo. Así como es libre de hacer
con sus rentas lo que le venga en gana, también es libre de tener cualquier
postura por muy inoportuna que sea o por mucho que le desluzca. Mi error fue
suponer mecánicamente que un empresario joven, brillante y exitoso, que hubiera
tenido que hacer negocios en el que posiblemente sea el ambiente más hostil del
planeta, y que lo hubiera logrado de forma exitosa, algo hubiera aprendido y
que aprovecharía su notoriedad y ejemplo para educar para mejor a una sociedad estatólatra
y podrida en prejuicios contra la iniciativa privada, aún sufriendo el más
arcaico y empobrecedor socialismo. Es mi culpa por anhelar ver a un defensor de
la propiedad privada y del libre mercado, en alguien que tan solo alcanza a
proponer que las cadenas sean un poquito más largas y de material
hipoalergénico para que no irriten.
Debí
leer entre líneas. Suponer que, si es que piensa algo distinto a lo que dice,
por todo lo que ha estudiado, vivido y padecido (aunque ser buen gerente no necesariamente
implica saber mucho de economía), es por culpa de sus asesores estratégicos y
de relaciones públicas. Que le disuadirían de hacer un discurso perfectamente válido
en cualquier lugar del mundo, pero percibido como radical en la Venezuela
orgullosa cuna del socialismo del siglo XXI.
Mi duda
ahora es por qué y para qué elevar su voz en este momento con un mensaje tan
mediocre, ya me da lo mismo si insincero o impropio del rol que ha podido jugar
dada su posición.
¿Para
tender un puente con el oficialismo que le permita ayudar mientras previene una
inminente expropiación? ¿Para mostrarse conciliador poniéndose a la orden en
los términos en los que pueda entender hasta el último orangután del gobierno?
¿Para
lanzar su carrera política frente a un electorado que, sin haber aprendido nada
de los fracasos de las eternas políticas intervencionistas, anhela tener ahora sí
a "un buen gerente" ejecutando las mismas viejas y fracasadas ideas?
O en
cambio, y espero que no sea esta ¿Para que le otorguen un gigantesco monopolio cediéndole
las quebradas empresas de alimentación del Estado?
Frente a
tan amplio abanico de posibilidades, parafrasearía al propio Mendoza en cuanto
a que si no tiene algo innovador que decir, algo que corresponda mejor con su
posición y con el rol que podría tener, le aconsejaría mejor que se quedara de shortstop.
Que siga contribuyendo a construir un país siendo el líder de la mejor empresa
de alimentos de Venezuela y que en el camino no caiga en la tentación de pedir monopolios,
privilegios, subvenciones o protecciones. Y esperemos todos, que alguien con un
mensaje muy distinto al expresado por él, consiga algún día lograr la gran
transformación institucional que necesita Venezuela. Para que en un futuro puedan
surgir miles de empresarios como Lorenzo Mendoza y que podamos aprovecharnos
todos de su infinito potencial al dejarlos trabajar libremente.
Luis Luque
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