Hace
tiempo que quería escribir sobre las diferencias fundamentales en las visiones,
motivaciones y prácticas de dos tipos de personajes bastante diferenciados y en
muchas ocasiones reñidos: el político y el economista. Comenzaré por esbozar
con mayor precisión a nuestros dos personajes para luego dar paso a
contrastarlos en algunas situaciones típicas que suelen ser de interés. Como al
momento de publicar esta nota aún dudo si el lector se aburrirá menos al leer
primero las 10 comparaciones y luego
las descripciones y no al revés,
invito a hacerlo en el orden que se prefiera.
La descripción de nuestros personajes:
Por
político voy a asumir a un buen gerente público. Intentaré, e invito a acompañarme
en el esfuerzo, un difícil ejercicio de idealización para poder imaginarnos a
nuestro político como el mejor que pueda ser dado su rol. Es decir, apartaré de
nuestro personaje cualquier calificativo a priori desfavorable, incluso a
sabiendas de que hay no pocas evidencias de que el político medio dista mucho
de ser una muestra de lo mejor que una sociedad pueda ofrecer. Las razones para
esto tienen mucho que ver con algunos de los incentivos que se infieren de la
comparación, pero que tal vez podrían exponerse mejor en un artículo distinto a
este, que podríamos haber titulado como “Político versus cualquier persona
privada”. En fin, nuestro político será un personaje de virtudes morales e
intelectuales medias, lo suficientemente preparado para ocupar su cargo
público, pero (muy importante) sometido a todos los incentivos de un sistema
democrático típico del mundo occidental.
Para
nuestro economista asumiremos a un genuino estudioso de las ciencias sociales.
Es decir, a un verdadero científico social especializado en economía. Aquí
forzosamente también deberé hacer un ejercicio de idealización por tres
razones. En primer lugar porque la imagen más popular que se tiene de los
economistas responde más bien a la de un personaje obsesionado con el dinero
que quiere especializarse en cómo producirlo, y no a la de un riguroso
científico que pretender dar explicaciones y arrojar luz sobre complejos
fenómenos sociales, que trascienden los aspectos contables, financieros o
dinerarios y se desborda hacia temas institucionales, jurídicos, filosóficos,
históricos y antropológicos.
Las
otras dos razones están en gran medida bastante relacionadas como se verá. La
segunda razón es que debido a: las complejidades metodológicas propias del
ámbito de estudio de la economía; el propio desarrollo histórico de esta
ciencia; la influencia de prejuicios políticos alejados de temas científicos a
los que no ha podido evitar contaminar; y también debido al tipo de demanda de
particulares perfiles profesionales de economista; se tiene hoy una gran
diversidad de muy distintas y muchas veces contradictorias escuelas de
pensamiento económico. Muchas de ellas confrontan diferencias epistemológicas y
metodológicas importantes, así como desacuerdos sobre el modelo adecuado de ser
humano para tomar como punto de partida. Algunas otras simplemente han sido edificadas
sobre errores conceptuales fundamentales, adolecen de una pobre comprensión de
estos o fallan al incorporarlos apropiadamente a sus estructuras teóricas.
La
tercera razón por la que es necesario idealizar, o más bien definir con mejor precisión,
a nuestro personaje economista, es que la inmensa demanda que tiene la clase
política de un perfil profesional particular, impacta decisivamente en el tipo
de formación académica que reciben los economistas. Las universidades producen
los tipos de economistas que la clase política, o bien demanda, o directamente
impone a través de los criterios obligatorios emanados de los ministerios de
educación universitaria. Y por otra parte la demanda privada de estos
profesionales también está muy influenciada por estos mismos requerimientos sencillamente
porque la realidad se impone: es aquella clase de economistas la que diseña
políticas e interviene en un alto grado en todos los mercados y habrá que
entenderse con ella. En definitiva, no se exagera al decir que la inmensa
mayoría de los economistas que gradúan hoy nuestras universidades, tienen un
perfil más parecido al de un funcionario público. Al de un técnico glorificado intérprete
o hacedor de informes, estadísticas, predicciones y modelos econométricos para
el consumo de la clase política. Si la administración pública no es el destino
de estos profesionales, al menos se exigirá de ellos que puedan entender el
pensamiento de aquellos, dialogar con ellos y sacar el mejor provecho de las
consecuencias de las regulaciones, para así poder ser más útiles en el sector
privado. Qué diría Marx quien afirmaba que los economistas eran sicofantes de la
clase burguesa, al ver que hoy en día se acercan más a serlo de los intereses
de los gobernantes, comenzando por cierto por aquellos ideológicamente más
cercanos a él.
En
muchos casos lo poco que pueden aprender de teoría económica en las
universidades termina siendo un batiburrillo de ideas contradictorias de
diferentes escuelas, sin contexto alguno ni acompañadas de una severa
valoración científica de cada una. Se hace énfasis en las corrientes de moda según
su aceptación en la política o simplemente en aquellas que ofrezcan
instrumentos de aplicación directa en la administración pública o permita
lidiar con estas si acaso terminan del otro lado de la partida. O bien se
trataría de un repaso de las ideas más extendidas en nombre de una diversidad políticamente
correcta que no debería tener espacio en la ciencia, o de las últimas novedades
académicas sin importar mucho su valor científico. Este perfil difiere enormemente
al del verdadero científico dedicado a la investigación de los procesos
sociales que queremos utilizar en nuestra comparación con nuestro otro
personaje político.
Por todas
estas razones nuestro científico social será un economista liberal que estará
enmarcado en la tradición de la llamada Escuela Austríaca de Economía (a). Una
corriente que a pesar de ser minoritaria, ha demostrado tener una gran solidez
científica por sus supuestos epistemológicos, su metodología de análisis, su
antropología filosófica realista y por su visión integral del hecho social
incorporando en su núcleo teórico fundamentos institucionales, jurídicos y
antropológicos que no pueden ser despreciados o caricaturizados como
típicamente hacen otras corrientes. Esta escuela está muy alejada de la
concepción del hombre como un homo economicus robotizado maximizador de
utilidades; de la simplificación de la realidad humana y social por el empeño en
reducirlas a simplísimos modelos susceptibles de ser expresados en lenguaje
matemático; o de una interpretación mecánica de la economía. Es en cambio una
corriente de pensamiento económico centrada en seres humanos de carne y hueso,
diversos y cambiantes, y que estudia los procesos sociales dinámicos en los que
estos interactúan a través de una metodología holística, realista,
subjetivista, marginalista y con importantes componentes filosóficos, jurídicos
e institucionales. Así será pues nuestro personaje economista.
Las odiosas comparaciones:
(1) Un político transmite mensajes populares, simplísimos y
emocionales, porque sabe que son los que mejor llegan a la inmensa mayoría del
electorado, que poco tiempo y conocimientos tiene para decidir su voto. Un economista en cambio, como buen
hombre de ciencia, dedica sus esfuerzos a la eterna búsqueda de la verdad y a
su divulgación. Invierte sus esfuerzos y conocimientos a dar con las elusivas verdades
científicas más allá de sus preferencias personales, intereses de partido o
juicios de valor que las hagan más o menos populares. También comprende el economista las graves distorsiones
que se introducen al juzgar como principal fuente de legitimidad las decisiones
de un electorado poco o nada formado en temas técnicos, económicos, sociales o
jurídicos, en ámbitos que exceden por mucho lo que debería ser la prudentemente
acotada esfera de lo público. Y que se haga con base en una corta campaña
electoral fundamentada en eslóganes y apelaciones a la emocionalidad y dirigida
por personas que en su gran mayoría son poco más o igual de escasamente
formados en estos temas y que suelen ser en la práctica intermediarios de
favores para grupos de intereses clientelares o populistas. Pero es que además
y a diferencia de quien hace por ejemplo una compra, el elector con su decisión
pocas veces asume los costes directos de la misma y tiene generalmente la sensación
de que alguien más lo hará por él y que de equivocarse (si le pasa por la
cabeza) pocas consecuencias padecerá. Con esta externalización de los costes el
elector tiende a demandar, y el político a complacerlo con creces, posturas
cada vez más irresponsables y poco realistas. Además, las barreras de entrada
al juego político son tan grandes que desincentivan la participación de
partidos emergentes que pudieran presentar alternativas más sensatas o menos
populares. Así el economista está
consciente del drama de que un hipotético puñado de electores que tal vez tenga
el tiempo y una valiosa capacitación para analizar con buen criterio su
preferencia en unas elecciones, al más razonar su voto, más querrá votar a un
partido que, o no existe, o no tendrá ninguna oportunidad de llegar al gobierno.
Sencillamente porque no goza de la simpatía de la inmensa mayoría más
irreflexiva o porque no tiene los recursos para superar las barreras de entrada
a la arena electoral.
(2) Un político luego de las elecciones interpreta de las formas
más diversas y creativas los resultados electorales. Dice saber de dónde
vienen, qué quisieron decir los electores y para qué fue depositada la
confianza de los votantes. La regla general es que el político piensa que está
legitimado para hacer todo aquello que él mismo crea que tenían en mente
quienes le votaron. Dudo que haya otro caso en donde un simple número pueda
supuestamente decir tanto. No obstante, claro está, que cada intérprete tiene
una versión distinta y, aunque todos lo saben, esto no le impide a ninguno pretender
llevar su versión particular hasta las últimas consecuencias. Muchos políticos en esta borrachera llegan a
confundirse y a intentar persuadir a otros de que quien sólo podría llegar a
ser el líder del gobierno, termine convirtiéndose en líder de la nación entera.
Un economista por otro lado sabe que
si hubo 2.402.843 votos, entonces hubo 2.402.843 razones. Sabe también que cada
ciudadano es soberano de sí mismo y su propio líder. Está claro además de que cada
una de estas 2.402.843 decisiones fueron hechas en un instante particular, por
razones cambiantes muy diversas, sobre opciones muy limitadas y excluyentes
entre sí, con base en muy poca información y poco tiempo de reflexión, sin
asumir la totalidad de los costes de las mismas y sin la posibilidad de
expresar más allá de la selección de una de las opciones dadas, los matices de
las preferencias de cada elector o su parecer individualizado sobre cada una de
las propuestas del candidato u opción elegidos. El economista, como acertado científico social, está perfectamente
claro de que fantasmagóricos entes colectivistas (clases, razas, naciones, partidarios
de alguna opción, etc.) no son el punto de partida del análisis, ni mucho menos
que sean actores indivisibles o uniformes, sino que el átomo de la ciencia
social es el individuo. Por tanto el
economista desconfía de cualquier intento de uniformizar un colectivo
humano para el análisis científico, pero mucho más aún para su uso en la
manipulación política.
(3) Un político cree que los ciudadanos son demasiado imprudentes
como para controlar sus propias vidas, pero paradójicamente defiende que están
perfectamente capacitados para elegir a aquellos que controlarán las vidas de
todos. Muchos llegan al colmo de afirmar que es peligroso que ciertas materias
estén en manos de la gente, porque el hombre es malo por naturaleza, por lo que
es preferible que estén todas bajo el absoluto control de un gobierno (que
además usa “legítimamente” la violencia) y que estará formado por un pequeñísimo
grupo de homb… ehmmm… ¿…marcianos? Un
político por lo general intentará controlar cada vez más. Aspira a que el
ámbito de la intervención pública lo domine casi todo, mientras que el de la
sociedad sea aquél residuo que no haya sido previamente prohibido por el
gobierno. En contraste un economista sabe
que el (verdadero) Derecho y buena parte de las instituciones sociales más
importantes que regulan la vida en sociedad, anteceden al gobierno y no emanan
de él. El objeto de estudio del economista
son precisamente los procesos dinámicos y evolutivos de los que espontáneamente
surgen normas e instituciones que nadie en particular inventó y que son a la
vez producto y rectoras del extenso y complejo orden social. El economista está al tanto de la
imposibilidad teórica de que estas normas puedan ser reemplazadas por otras
redactadas por legisladores, debido a la incapacidad humana de manejar el
cúmulo de información acumulada en la forma de conocimiento social de las
instituciones sociales originarias. Por esto no puede saber mejor el político
cómo manejar la vida de sus ciudadanos ni tampoco puede ofrecer un mejor orden
que el que brindan las normas que surgen en una sociedad libre. Todo hombre,
político, economista o un ciudadano cualquiera, es medianamente virtuoso y
tiene conocimiento limitado y sólo puede utilizar su información limitada,
propensa a errores, en la consecución de sus propios planes vitales que
intentará llevar a cabo a punta de ensayo y error, pero nunca podrá organizar
los planes de los demás. En esto consiste principalmente la libertad, en la
elección propia de fines y medios y en la consecución de los planes
individuales de cada uno sin contrariar al (verdadero) Derecho y demás
instituciones rectoras del orden social. Si acaso es legítima la existencia de
un gobierno, debería limitarse a preservar estas instituciones sociales y a
poco más. El economista entiende que
absolutamente cualquier acción de un gobierno parte, bien sea por la
financiación de su actividad o por la imposición de sus políticas, del uso de
la violencia, que además se reserva en monopolio y que interpreta como la única
legítima. Y esto no es poca cosa porque tiene un mucho mayor potencial
destructivo que de ofrecer beneficios, en vista de que los gobiernos están
formados por los mismos “hombres malos” a los que desea mantener a raya en sus
vicios.
(4) Un político dice escuchar y favorecer al "pueblo" y
que él mismo es a la vez intérprete y administrador de las bondades del poder
público para alcanzar el “bien común” y el “interés general”. Un economista por otro lado sabe que
esto se traduce como: escuchar y favorecer a los colectivos más y mejor
organizados en sus esfuerzos de lobby, con mayor influencia en los medios de
comunicación, con mejores conexiones con el poder político y con mayor
capacidad para movilizar recursos y votantes. El economista entiende que esto pervierte la democracia y la
convierte en un mercado de favores políticos donde grandes grupos de intereses
(sindicalistas, grandes corporaciones mercantilistas, banqueros, ONGs que
utilizan a los Gs para conseguir sus intereses, productores fracasados pero
influyentes, etc.) y la clase política, se benefician a costa del ciudadano de
a pie. El economista reconoce que
frases como “bien común” o “interés general” son en todo caso recursos
retóricos cuando no expresiones demagogas que incluso pueden llevar consigo un
germen totalitario. No hay fundamento científico para soportar la idea de que
exista una “voz del pueblo” ni persona o método para determinarla o
interpretarla. Entre los ciudadanos no existe nunca un consenso unánime sobre
tema alguno, ni la regla de la mayoría es suficiente para legitimar la idea de
que unos pocos que disientan de la opinión mayoritaria no tengan “voz” ni sean
“pueblo”. El economista está claro
de que el respeto a las minorías se extiende especialmente a la minoría más
importante: el individuo. No es la política sino el verdadero Derecho (que
descubre normas e instituciones sociales a partir de la tradición, no aquél que
legisla caprichosamente desde un parlamento) y el mercado (en donde cada
consumidor premia y castiga a cada productor según satisfaga sus demandas) las
instituciones capaces de dirimir la infinita diversidad de pareceres y
preferencias entre personas infinitamente diversas pero iguales ante la ley en
un marco de verdaderas libertad e igualdad.
(5) Un político administra el erario público recortando gastos o
aumentando impuestos para que las cuentas cuadren (ingresos del gobierno =
egresos del gobierno). Sin embargo esta práctica típica de un buen gerente es
lamentablemente la excepción en política, ya que por lo general el gasto
público tenderá siempre a ser progresivamente mayor que el ingreso, obligando a
aumentar impuestos, emitir deuda o imprimir dinero para compensar la diferencia.
En cambio a un economista le
preocupan tanto los riesgos para las libertades como los efectos sobre el
desempeño de la economía que tiene la financiación de un enorme y creciente
gasto público. Parafraseando al gran Bastiat, es muy fácil ver los resultados
inmediatos de una política, pero un buen economista
debe también aprender a ver los resultados a largo plazo y además poder intuir
lo que la sociedad dejó de hacer por la extracción de los recursos que se
usaron para financiarla. Si la financiación es por deuda, el economista sabe que tocará a los contribuyentes (o a sus hijos)
pagarla en el futuro a través de mayores impuestos. Si la financiación es
directamente por impuestos, el
economista entiende que la sociedad perderá la oportunidad de utilizar
mejor esos recursos extraídos, por ejemplo para satisfacer necesidades más
urgentes de forma directa y sin la intermediación de algún político; o para acumular
dinero para invertirlo en bienes de capital, haciendo menos tedioso el trabajo,
aumentando la productividad del trabajador (y por lo tanto su salario) y
produciendo más bienes a un menor coste para el beneficio de todos. El economista sabe que siempre el
dinero cumplirá una mejor función social en los bolsillos de los ciudadanos que
en las arcas del gobierno. Pero si la financiación se produce a través de la
impresión de dinero u otras políticas monetarias expansivas, el economista se alerta porque conoce
que esto a la larga y para todos producirá un incremento generalizado de
precios (conocido popularmente como inflación). Pero sabe también que al
comienzo beneficiará enormemente a los primeros receptores del nuevo dinero,
por lo general muy amigos (y con razón) de la clase política: banqueros,
contratistas del gobierno y otros grupos clientelares. Porque estos reciben
para gastar dinero nuevo que aún no ha incrementado de forma generalizada los
precios. Por ser de los primeros en gastar, aún tiene tiempo de comprar a
precio viejo. Es solamente el ciudadano de a pie, porque recibe al final, si
acaso, el nuevo dinero producto de la expansión monetaria, quien ya no podrá
comprar nada más al precio viejo antes de la inflación. No le extraña para nada
al economista que los banqueros, por
esta razón y además por ser los principales prestamistas de los gobiernos,
tengan una relación tan estrecha y privilegiada con el poder político. Otro
efecto aún peor de estas políticas se repasará en el punto siguiente.
(6) Un político culpa a la avaricia, al libertinaje de los
mercados y al capitalismo salvaje por las crisis económicas. Y las políticas
preferidas para paliarlas suelen ser más regulación e impresión de más dinero, acompañado
de un aumento del gasto público (más impuesto y más deuda) con el fin de “reimpulsar”
la economía o incentivar el consumo. Contrariamente un economista sabe que las cíclicas crisis económicas no se deben a
algo inherente al capitalismo, sino al más representativo y grave fósil de
intervención socialista de la economía, a la fijación arbitraria y por decreto
de uno de los precios más importantes para la coordinación social: coloquialmente
el precio del dinero o la tasa de interés. Los bancos centrales aún manipulan
de manera artificial la tasa de interés (mediante la política monetaria, por
ejemplo imprimiendo dinero o reduciendo el encaje legal bancario) en vez de dejarla
a la libre determinación del mercado. Esto impacta en la evaluación de
proyectos económicos creando una descoordinación intertemporal entre quienes
ahorran e invierten y quienes consumen hoy o ahorran para consumir luego. Esto
da a lugar primero a una bonanza ficticia y luego a una importante caída de la
economía al hacerse evidentes las distorsiones. Un economista sabe que de no manipularse por decreto este precio,
estos ciclos no deben originarse. Pero además sabe que para salir de la crisis
es más necesario que nunca flexibilizar los mercados, especialmente el laboral,
y disminuir los impuestos para que la sociedad pueda afrontar mejor las
pérdidas y las deudas y se puedan reorganizar rápidamente los recursos
erróneamente invertidos por las señales erróneas emitidas por los bancos
centrales. Más regulaciones y más impuestos sólo ralentizan la salida de la
crisis y la hacen más dolorosa, mientras que la impresión de más dinero para
“reactivar” la economía, alimentará a la próxima crisis por el proceso ya
descrito. (b)
(7) Un político suele tener metas cortoplacistas para obtener
resultados inmediatos en detrimento de medidas a largo plazo, esto se debe a la
necesidad de asegurarse primero la gobernabilidad y posteriormente la
reelección. Y es que los políticos
suelen administrar la cosa pública con un fuerte componente de maximización de su
rendimiento electoral en las próximas votaciones. Un político sólo toma decisiones impopulares cuando no le queda
otra alternativa. Un economista por
otro lado nunca pierde de vista los efectos a largo plazo de las medidas, en
especial las que requieren importantes reformas hoy con un alto costo político
pero con un muy beneficioso efecto corrector a largo plazo. Pero al observar
estas prácticas típicas de los gobernantes, parece percibir un ciclo político
similar al ya descrito ciclo económico. Es decir, el perro que persigue su cola.
Una sucesión interminable de gobiernos derrochadores y poco realistas
(usualmente de izquierdas, aunque no siempre), seguido por un estrepitoso
fracaso económico y por su reemplazo por un gobierno austeros y
pseudo-reformista que intenta recuperar, sólo porque no les queda otra
alternativa, algo de la disciplina de una gestión sana (usualmente de derechas,
aunque no siempre). Acto seguido mientras algo de la economía se recupera
tímidamente por las reformas, la oposición clama porque se aborten las
dolorosas reformas de austeridad (“capitalistas salvajes”, “neo-liberales”,
“mandatos dictatoriales del FMI”, “de Washington” o “de Bruselas”).
Eventualmente la economía se recupera, el gobierno reformista por necesidad es
sustituido por la indignada oposición y esta comienza de nuevo el ciclo con
políticas expansivas de gasto, derrochadoras y poco realistas.
(8) Un político, cada vez que pueda o necesite, eleva a estatus de
“derecho” infinidad de cosas que sus potenciales votantes puedan considerar
mayoritariamente como buena. Además esta práctica suele ir acompañada explícita
o tácitamente de un mensaje como “lo público es gratis”. Un economista sabe que el gobierno no otorga nada que no le haya
extraído antes a la sociedad. Que el hecho de que quien reciba el beneficio no
asuma directamente su coste, sólo significa que alguien más sí tenga que
hacerlo por él. También sabe que a la larga el supuesto beneficiado asumirá
pérdidas indirectas mayores de lo que recibió por aquello que no se hizo con
los recursos que le fueron extraídos a quien pagó directamente por el beneficio
(e.g a un empresario exitoso se le aumenta un impuesto para costear un “derecho”
al deporte, por lo que deja de disponer de recursos para invertir, generando
empleo, aumentando productividad y salarios de sus trabajadores y continuar
satisfaciendo a sus clientes). Un
economista entiende perfectamente de donde viene el derecho a la vida y a
la propiedad y por qué debe castigarse al asesino y al ladrón, pero no puede
entender de dónde viene el “derecho” a la vivienda de Juan ni por qué María
debe ser obligada a pagar por ello.
(9) Un político lucha contra la corrupción creando comisiones,
nuevos organismos y redactando gradualmente una mayor cantidad de leyes, cada
una más detallada que la anterior. Contrariamente un economista sabe que a mayor cantidad de recursos administrados
por el gobierno, mayor probabilidad existe de corrupción. De igual forma
entiende el economista que las
regulaciones gubernamentales sobre la esfera privada incrementa las alcabalas y
por lo tanto las oportunidades de sortearlas mediante actos de corrupción. Tanto
es así que en algunas sociedades altamente intervenidas por el gobierno, la
corrupción se convierte a veces en la única manera de poder hacer algo, dejando
de ser percibida como un acto inmoral y más como un impuesto informal. También
sabe el economista que a mayor grado
de especificidad y detalle de las regulaciones, más arbitrarias se vuelven y
más poder discrecional otorgan al funcionario que en última instancia decide o
no dejar pasar. No en vano la frase de que si todo negocio depende de
decisiones políticas, las decisiones políticas se convierten en el mejor
negocio.
(10)Un político suele hablar de libertad e igualdad, pero
simultáneamente restringe las libertades de todos y discrimina, favoreciendo o
perjudicando premeditada y selectivamente, a unos grupos frente a otros. Por
ejemplo los impuestos progresivos tratan de forma muy distinta a los
contribuyentes: quien más gana paga más impuestos. Pero esto no significa que
quien gane 100 tribute 10 (10%) y quien gane 1.000 cotice 100 (10%), sino que a
este último se le impone pagar 400. Es decir un 40% de sus ganancias, del fruto
de su trabajo, previsión y talento que sólo a él pertenecen. Los productores y
consumidores de ciertos tipos de productos (e.g. tabaco, alcohol, artículos de lujo,
entretenimiento, combustible) son castigados con mayores impuestos, mientras
que los productores y consumidores de otro tipo de artículos (e.g. cultura, alimentación,
productos nacionales) son premiados con menores impuestos, subsidios o
facilidades varias. Algo parecido sucede con los distintos sectores productivos,
aquellos que caen dentro de las preferencias del político (por ejemplo
agricultura o energías alternativas) son favorecidos a costa de otros sectores
menos populares, con menor capacidad de lobby o que simplemente terminaron por fuera
del plan del político (por ejemplo desarrollo de software o fabricación de
juguetes). Mientras que un economista
al hablar de igualdad sabe que su verdadero sentido es la igualdad ante la ley.
Que no se puede igualar materialmente a personas que son por naturaleza
infinitamente diversas, ni mucho menos pretender hacerlo sin violar sus
libertades. El economista sabe que
no le toca a un planificador escoger quien debe ganar o perder. Sino que toca
que a través de los procesos competitivos del mercado, sean los consumidores quienes
premien las buenas prácticas y productos y castiguen a los peores, para que
empleen su esfuerzo y recursos de otras formas que sean más beneficiosas para
todos. Sólo corresponde a los consumidores determinar qué debe ser consumido,
producido y por quién. Si una política se diseña expresamente para determinar quién
será beneficiado y quién perjudicado, entonces es una mala política. La igualdad
verdadera es la igualdad ante la ley, es que el poder no pueda usar la coacción
para discriminar a unos frente a otros. Es la oportunidad de que todos puedan
ofrecer su talento y trabajo para satisfacer a los demás, de la mejor forma que
puedan y en lo que estos demanden. De otra forma el concepto de igualdad es
hueco y demagogo y aquella frase orwelliana termina cobrando un trágico
realismo: todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros.
(a)
La Escuela Austríaca de Economía fue fundada por Carl Menger de quien hace
poco más de una semana se cumplieron 95 años de su fallecimiento, pero tiene
sus raíces en la Escuela de Salamanca de la escolástica tardía del siglo de oro
español (s. XVI). Además de Menger otros autores importantes son Eugene von Böhm-Bawerk,
Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Israel Kirzner y contemporáneamente Jesús
Huerta de Soto. Para mayor información sobre esta corriente de pensamiento
económico se recomienda revisar de este último académico su libro “Escuela
Austriaca - Mercado y creatividad empresarial” disponible para su descarga en
inglés en: http://www.jesushuertadesoto.com/the-austrian-school/. Otro artículo introductorio
recomendado también de Huerta de Soto puede leerse en: http://www.revistasice.com/CachePDF/ICE_865_55-70__CF94DC59198AE5EF7A1F08A27F3D4322.pdf
(b)
Sobre la teoría austríaca del ciclo económico se recomienda ver la
siguiente ponencia en español a cargo de Jesús Huerta de Soto: https://www.youtube.com/watch?v=X1fR3ZhFDkQ
Luis Luque
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