La última vez que
la extrema izquierda y la extrema derecha llegaron a liderar potencias en
occidente, hubo una guerra mundial con
entre 50 y 85 millones de muertos.
Incluyendo el holocausto nazi responsable directo de unos 6 millones de asesinatos en frío. El ascenso al poder de la extrema
derecha y extrema izquierda, tiene lugar luego de la frustración popular ante
las promesas rotas del establishment político. Y fue especialmente exacerbada a
raíz de una grave recesión económica, provocada por una irresponsable política
monetaria (valga la redundancia) de los bancos centrales.
Después de esto
hubo unos 50 añitos de guerra fría.
En esta última, en sus varios conflictos calientes, purgas, campos de
concentración y especialmente como consecuencia de los proyectos de ingeniería
social en el lado socialista, se contaron casi
un centenar de millones de muertos más: Sólo Mao fue responsable de entre 30 y 70 millones de muertes en
este período con su Gran Salto Adelante y su Revolución Cultural; Stalin quedó
de segundo con entre 10 y 20 millones con
sus planes quinquenales y sus purgas; y el bueno de Pol Pot en Camboya quedó
por detrás con entre 1,5 y 3 millones de
muertes. Todas estas muertes, vale acotar, entre sus propios ciudadanos,
por las hambrunas, el frío, la prisión y los fusilamientos. Y todas a cambio de
implantar la "revolución bonita" en sus respectivos países.
Pero... ¿Cómo se llegó a
esto?
Primer acto.-
Poco antes,
occidente acababa de abandonar los
valores liberales del siglo XVIII y XIX, que habían traído las democracias
liberales, el librecambismo, la revolución industrial y la mayor prosperidad
nunca antes vista. Olvidando esto, pragmáticos líderes levantaron entonces
muros y colocaron nuevas aduanas y aranceles. Volvieron con fuerzas renovadas el mercantilismo y el proteccionismo,
que habían permanecido al acecho bajo la alfombra desacreditados por las ideas
liberales. Se abrirían entonces nuevamente las puertas a las guerras comerciales, luego a las guerras de divisas y muy pronto a las guerras de verdad, como nunca antes se
habían visto.
Consecuentemente
con lo anterior, también se comenzó a abandonar en la práctica el patrón oro o bimetálico que mantenía la
solidez, estabilidad e independencia del
dinero. Surgieron así muchos de los bancos
centrales como monopolios otorgados por los gobiernos para la emisión de
dinero, mientras que otros que ya existían comenzaban a ser estatizados.
Empieza a hacerse notar el dinero
fiduciario manipulable por decreto –origen de los ciclos económicos de auge
y recesión, que erróneamente se atribuyen al libre mercado- y surge y comienza
a ser atractivo frente a las revoluciones –o al trabajo duro y honesto y el
ahorro de la gente por un lado y la disciplina monetaria y fiscal y el
pacifismo de los gobiernos por el otro- el estado
de bienestar de Bismarck (un conservador), diseñado explícitamente para que
el gobierno prusiano pudiera ganarse la lealtad del pueblo a cambio de favores.
Camino que luego continuaría por la izquierda y rentabilizaría con creces la socialdemocracia.
Tuvo lugar
también la revolución rusa, que elevó por primera vez al socialismo al poder. Este se consolidó con sanguinarias políticas,
entre las que destaca el genocidio (llamado Holomodor) en lo que hoy es Ucrania.
Episodio siniestro en el que Stalin literalmente mató de hambre a entre 2,5 y 7,5 millones de ucranianos hasta
doblegarlos.
Intermedio.-
Ah... entre el
primero y el segundo hubo otra guerra
mundial causante de otros 16 millones de muertos, la vergüenza del tratado
de Versalles (una denuncia que figura entre las pocas cosas que acertaría el
bueno de Keynes) y luego la hiperinflación
alemana. Gracias a aquello de que ahora se podía imprimir dinero sin respaldo cuando los gobiernos estuviesen en
apuros.
También apareció
un idiota acomplejado de bigote gracioso, que culpó de todo a los judíos y
prometió ser la verdadera oposición frente a la amenaza socialista de los
bolcheviques –que los “tibios idealistas” de la república de Weimar no podían
contener. Ah… y prometió hacer a
Alemania grande de nuevo.
Tercer acto.-
Desde entonces a
occidente lo gobierna la socialdemocracia,
de izquierdas o de derechas, bajo alguna de estas denominaciones, porque habrá
que poder distinguirlas de alguna forma. Y con distintos grados de
intervencionismo según el momento, lo que digan las encuestas y la latitud.
Siempre bajo los mantras del keynesianismo
y la manipulación monetaria, que tanto excitan las mentes y ambiciones de
nuestros políticos. A los mercados libres se les ha domado sistemáticamente porque,
nos dicen, sueltos son demasiado peligrosos, que nada de lo que maneje algún
gobierno que vela por su pueblo, podría terminar mal...
Mientras tanto los políticos siguen prometiendo el cielo en la tierra a
unos electores cada vez más escépticos y resentidos, con razón. Cualquier cosa
ahora es un derecho, no eres responsable de nada y el gobierno velará por ti. Olvidando
naturalmente advertir sobre quién, cómo y cuándo se pagará la promesa y acaso
si el paraíso, que nunca termina de llegar, se va a concretar o no. A cambio de
sus votos, alternativamente unos tras otros, izquierda y derecha, les entregan la
única posible y verdadera consecuencia de intentar ejecutar aquellas promesas
irrealizables. Una economía mediocre,
inestable y minada de trampas, eso sí, junto a algunas migajas para que
puedan sobrellevar su precaria situación y, sobre todo, para que sigan votando.
Nos dejan así una
economía altamente distorsionada, frankensteiniana, que avanza por golpes, esquizofrénicamente
al ritmo de los choques eléctricos de los incentivos
artificiales orquestados por los bancos centrales y los gobiernos (generalmente
antes de las elecciones). Como no podía ser de otra forma, termina el Frankestein
de la economía intervenida, tropezándose aparatosamente y llevándose todo por
el medio. Una y otra vez, en la forma de recesiones
que inexorablemente son producidas a la larga por aquellos incentivos
artificiales, cuyos resultados aparentes e inmediatos sólo servían para
ilusionar a votantes, gremios empresariales y sindicatos obreros,
arrebatándoles aplausos para el político de turno. Con el boom artificial promovido
por los políticos, la gente gasta y se endeuda, pues todo va estupendamente. Los
empresarios emprenden proyectos que parecen razonables, porque el futuro parece
exageradamente prometedor. Los bancos inundan de crédito a un mercado engañado
con que se puede gastar e invertir. Los jóvenes dejan de estudiar para trabajar,
atraídos por salarios tan suculentos como ilusorios que hacen ver años de
estudios como una obvia pérdida de tiempo. Con el inevitable crash que
sigue a todo boom artificial, la
gente entonces, de la noche a la mañana y de forma aparentemente inexplicable, pierde
sus empleos, sus casas por no poder pagar sus créditos y sus ahorros. Los
banqueros piden auxilio porque el dinero desapareció tan mágicamente como había
aparecido y este auxilio lo terminan pagando los contribuyentes, con impuestos e
inflación. Los empresarios alarmados recalculan sus proyectos, que aparecen
ahora como evidentes locuras y se detienen a la mitad. El Frankenstein
electrocutado de la economía intervenida, ha caído una vez más, víctima de las
deformidades propias de una aberración de la naturaleza.
Ante la más
mínima amenaza, evidencia del desastre o la ya inminente crisis, las propuestas de la élite política y de
los antisistemas (de izquierdas y de derechas, porque de alguna forma habrá
que distinguirlos), que acechan oportunistas en la periferia, consisten básicamente en lo mismo: recortar,
aún más, lo poco que de liberal le va quedando a occidente. Los del
establishment lo dicen despacito y con el suave lenguaje que corresponde a un
continuista, a un político de carrera. Los antisistemas en cambio lo vociferan
a gritos para resonar en las mentes de los más apasionados, golpeados y
resentidos a ver si les toca su gran oportunidad.
¡Hay que abandonar el mercado común europeo! –dicen en voz baja o a gritos según corresponda- ¡Hay que abandonar el euro! ¡Hay que abandonar
los acuerdos de libre comercio! ¡Hay que abandonar el NAFTA, el TPP y el TTIP!
¡Hay que poner fronteras, muros y aranceles! ¡Hay que producir todo lo que
consumimos! ¡La culpa de todo esto es de los [seleccione usted según prefiera
a izquierda o derecha: inmigrantes, oligarcas, chinos, británicos, españoles,
franceses, sionistas, masones o imperialistas]! ¡Hay que tener soberanía monetaria para imprimir más dinero! –así
las migajas parecen ser más grandes por un instante, los booms más delirantes y los crashes…
bueno… siempre nos olvidamos de los crashes
hasta que llegan…- ¡Hay que hacer la
guerra comercial! ¡Hay que devaluar más que el otro para exportarles más cosas
a los demás países y bloquear sus importaciones! ¡Porque los chinos no juegan limpio, nos meten sus
productos y se llevan nuestros trabajos! ¡Hay que subirles el arancel a las
papas portuguesas porque ellos aumentaron el de nuestras aceitunas!
El votante,
nuevamente, frustrado por las promesas incumplidas de la clase política y
apenas sobreviviendo a la última crisis económica, voltea la mirada hacia la
extrema derecha o la extrema izquierda. Y puede que lleve a una o a otra al
poder, si no esta vez, en la siguiente crisis, o en la siguiente a esta.
Cuarto acto.-
Habíamos dicho
que eran nada más 3 actos. Sólo si quiere, vuelva a empezar, a repetirlo todo
de nuevo, de lo contrario, acabe con esto de una buena vez y para siempre…
Dedicatorias.-
Dedicado, a
izquierda y a derecha, a todos a quienes
les atrae jugar con fuego.
Dedicado a los pragmáticos, que denuncian con
prepotencia a los liberales por andar con mariconadas puristas, idealistas e irrelevantes.
Nunca comparables a las hazañas de los grandes hombres de acción.
Dedicado a los alt-right,
a los socialistas, a los nacionalistas, a los revolucionarios, a los fachas y a
los indignados, para que se lean en la historia.
Dedicado al establishment político, a los
continuistas. A los socialdemócratas (de izquierda y de derecha). A
conservadores y progresistas; a humanistas y terceras vías; a socialistas
democráticos y demócratas cristianos. Que aspiran seguir en la inconsciente y ardua
labor de ir –poco a poco, pero eso sí, con mucha disciplina- cavando sus
propias tumbas y las nuestras.
Finalmente, dedicado muy especialmente a los que amamos
la libertad. A los que obstinadamente
defendemos el ideal liberal. A quienes comprendemos lo que realmente está en
juego, la gran responsabilidad que nos ha tocado en los últimos dos siglos; lo
que nuestras ideas han dado a la humanidad; y lo que aún quedan por ofrecerle. A
los que no nos dejamos seducir por el primer idiota con gente detrás, solamente
porque sea odiado por nuestros liberticidas habituales. A quienes los ladridos
a izquierda y a derecha nos mantienen con orgullo la mirada al norte y tan solo
ratifican nuestra certeza. A los que amamos la verdad y aborrecemos la mentira.
A quienes el infinito optimismo por el sabido potencial de la raza humana en
una sociedad abierta, es lo único que nos permite sobrellevar el cruel pesimismo
de aquella maldición de Casandra que parece flotar constantemente sobre nosotros.
A todos nosotros, porque logremos dejar atrás
las diferencias y descubramos mejores maneras para convencer y, sobre todo, para
hacer.
Epílogo.-
Espero no tener
que recordar amargamente este escrito dentro de unas cuantas décadas en
circunstancias muchísimo peores que las actuales...
Luis Luque
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