jueves, 9 de febrero de 2017

Una historia sin fin en 3 actos


Segundo acto.-
La última vez que la extrema izquierda y la extrema derecha llegaron a liderar potencias en occidente, hubo una guerra mundial con entre 50 y 85 millones de muertos. Incluyendo el holocausto nazi responsable directo de unos 6 millones de asesinatos en frío. El ascenso al poder de la extrema derecha y extrema izquierda, tiene lugar luego de la frustración popular ante las promesas rotas del establishment político. Y fue especialmente exacerbada a raíz de una grave recesión económica, provocada por una irresponsable política monetaria (valga la redundancia) de los bancos centrales.
Después de esto hubo unos 50 añitos de guerra fría. En esta última, en sus varios conflictos calientes, purgas, campos de concentración y especialmente como consecuencia de los proyectos de ingeniería social en el lado socialista, se contaron casi un centenar de millones de muertos más: Sólo Mao fue responsable de entre 30 y 70 millones de muertes en este período con su Gran Salto Adelante y su Revolución Cultural; Stalin quedó de segundo con entre 10 y 20 millones con sus planes quinquenales y sus purgas; y el bueno de Pol Pot en Camboya quedó por detrás con entre 1,5 y 3 millones de muertes. Todas estas muertes, vale acotar, entre sus propios ciudadanos, por las hambrunas, el frío, la prisión y los fusilamientos. Y todas a cambio de implantar la "revolución bonita" en sus respectivos países.
Pero... ¿Cómo se llegó a esto?

Primer acto.-
Poco antes, occidente acababa de abandonar los valores liberales del siglo XVIII y XIX, que habían traído las democracias liberales, el librecambismo, la revolución industrial y la mayor prosperidad nunca antes vista. Olvidando esto, pragmáticos líderes levantaron entonces muros y colocaron nuevas aduanas y aranceles. Volvieron con fuerzas renovadas el mercantilismo y el proteccionismo, que habían permanecido al acecho bajo la alfombra desacreditados por las ideas liberales. Se abrirían entonces nuevamente las puertas a las guerras comerciales, luego a las guerras de divisas y muy pronto a las guerras de verdad, como nunca antes se habían visto.
Consecuentemente con lo anterior, también se comenzó a abandonar en la práctica el patrón oro o bimetálico que mantenía la solidez, estabilidad e independencia del dinero. Surgieron así muchos de los bancos centrales como monopolios otorgados por los gobiernos para la emisión de dinero, mientras que otros que ya existían comenzaban a ser estatizados. Empieza a hacerse notar el dinero fiduciario manipulable por decreto –origen de los ciclos económicos de auge y recesión, que erróneamente se atribuyen al libre mercado- y surge y comienza a ser atractivo frente a las revoluciones –o al trabajo duro y honesto y el ahorro de la gente por un lado y la disciplina monetaria y fiscal y el pacifismo de los gobiernos por el otro- el estado de bienestar de Bismarck (un conservador), diseñado explícitamente para que el gobierno prusiano pudiera ganarse la lealtad del pueblo a cambio de favores. Camino que luego continuaría por la izquierda y rentabilizaría con creces la socialdemocracia.
Tuvo lugar también la revolución rusa, que elevó por primera vez al socialismo al poder. Este se consolidó con sanguinarias políticas, entre las que destaca el genocidio (llamado Holomodor) en lo que hoy es Ucrania. Episodio siniestro en el que Stalin literalmente mató de hambre a entre 2,5 y 7,5 millones de ucranianos hasta doblegarlos.
                                                                                                                                         
Intermedio.-
Ah... entre el primero y el segundo hubo otra guerra mundial causante de otros 16 millones de muertos, la vergüenza del tratado de Versalles (una denuncia que figura entre las pocas cosas que acertaría el bueno de Keynes) y luego la hiperinflación alemana. Gracias a aquello de que ahora se podía imprimir dinero sin respaldo cuando los gobiernos estuviesen en apuros.
También apareció un idiota acomplejado de bigote gracioso, que culpó de todo a los judíos y prometió ser la verdadera oposición frente a la amenaza socialista de los bolcheviques –que los “tibios idealistas” de la república de Weimar no podían contener. Ah… y prometió hacer a Alemania grande de nuevo.

Tercer acto.-
Desde entonces a occidente lo gobierna la socialdemocracia, de izquierdas o de derechas, bajo alguna de estas denominaciones, porque habrá que poder distinguirlas de alguna forma. Y con distintos grados de intervencionismo según el momento, lo que digan las encuestas y la latitud. Siempre bajo los mantras del keynesianismo y la manipulación monetaria, que tanto excitan las mentes y ambiciones de nuestros políticos. A los mercados libres se les ha domado sistemáticamente porque, nos dicen, sueltos son demasiado peligrosos, que nada de lo que maneje algún gobierno que vela por su pueblo, podría terminar mal...
Mientras tanto los políticos siguen prometiendo el cielo en la tierra a unos electores cada vez más escépticos y resentidos, con razón. Cualquier cosa ahora es un derecho, no eres responsable de nada y el gobierno velará por ti. Olvidando naturalmente advertir sobre quién, cómo y cuándo se pagará la promesa y acaso si el paraíso, que nunca termina de llegar, se va a concretar o no. A cambio de sus votos, alternativamente unos tras otros, izquierda y derecha, les entregan la única posible y verdadera consecuencia de intentar ejecutar aquellas promesas irrealizables. Una economía mediocre, inestable y minada de trampas, eso sí, junto a algunas migajas para que puedan sobrellevar su precaria situación y, sobre todo, para que sigan votando.
Nos dejan así una economía altamente distorsionada, frankensteiniana, que avanza por golpes, esquizofrénicamente al ritmo de los choques eléctricos de los incentivos artificiales orquestados por los bancos centrales y los gobiernos (generalmente antes de las elecciones). Como no podía ser de otra forma, termina el Frankestein de la economía intervenida, tropezándose aparatosamente y llevándose todo por el medio. Una y otra vez, en la forma de recesiones que inexorablemente son producidas a la larga por aquellos incentivos artificiales, cuyos resultados aparentes e inmediatos sólo servían para ilusionar a votantes, gremios empresariales y sindicatos obreros, arrebatándoles aplausos para el político de turno. Con el boom artificial promovido por los políticos, la gente gasta y se endeuda, pues todo va estupendamente. Los empresarios emprenden proyectos que parecen razonables, porque el futuro parece exageradamente prometedor. Los bancos inundan de crédito a un mercado engañado con que se puede gastar e invertir. Los jóvenes dejan de estudiar para trabajar, atraídos por salarios tan suculentos como ilusorios que hacen ver años de estudios como una obvia pérdida de tiempo. Con el inevitable crash que sigue a todo boom artificial, la gente entonces, de la noche a la mañana y de forma aparentemente inexplicable, pierde sus empleos, sus casas por no poder pagar sus créditos y sus ahorros. Los banqueros piden auxilio porque el dinero desapareció tan mágicamente como había aparecido y este auxilio lo terminan pagando los contribuyentes, con impuestos e inflación. Los empresarios alarmados recalculan sus proyectos, que aparecen ahora como evidentes locuras y se detienen a la mitad. El Frankenstein electrocutado de la economía intervenida, ha caído una vez más, víctima de las deformidades propias de una aberración de la naturaleza.
Ante la más mínima amenaza, evidencia del desastre o la ya inminente crisis, las propuestas de la élite política y de los antisistemas (de izquierdas y de derechas, porque de alguna forma habrá que distinguirlos), que acechan oportunistas en la periferia, consisten básicamente en lo mismo: recortar, aún más, lo poco que de liberal le va quedando a occidente. Los del establishment lo dicen despacito y con el suave lenguaje que corresponde a un continuista, a un político de carrera. Los antisistemas en cambio lo vociferan a gritos para resonar en las mentes de los más apasionados, golpeados y resentidos a ver si les toca su gran oportunidad.
¡Hay que abandonar el mercado común europeo! –dicen en voz baja o a gritos según corresponda- ¡Hay que abandonar el euro! ¡Hay que abandonar los acuerdos de libre comercio! ¡Hay que abandonar el NAFTA, el TPP y el TTIP! ¡Hay que poner fronteras, muros y aranceles! ¡Hay que producir todo lo que consumimos! ¡La culpa de todo esto es de los [seleccione usted según prefiera a izquierda o derecha: inmigrantes, oligarcas, chinos, británicos, españoles, franceses, sionistas, masones o imperialistas]! ¡Hay que tener soberanía monetaria para imprimir más dinero! –así las migajas parecen ser más grandes por un instante, los booms más delirantes y los crashes… bueno… siempre nos olvidamos de los crashes hasta que llegan…- ¡Hay que hacer la guerra comercial! ¡Hay que devaluar más que el otro para exportarles más cosas a los demás países y bloquear sus importaciones! ¡Porque  los chinos no juegan limpio, nos meten sus productos y se llevan nuestros trabajos! ¡Hay que subirles el arancel a las papas portuguesas porque ellos aumentaron el de nuestras aceitunas!
El votante, nuevamente, frustrado por las promesas incumplidas de la clase política y apenas sobreviviendo a la última crisis económica, voltea la mirada hacia la extrema derecha o la extrema izquierda. Y puede que lleve a una o a otra al poder, si no esta vez, en la siguiente crisis, o en la siguiente a esta.

Cuarto acto.-
Habíamos dicho que eran nada más 3 actos. Sólo si quiere, vuelva a empezar, a repetirlo todo de nuevo, de lo contrario, acabe con esto de una buena vez y para siempre…

Dedicatorias.-
Dedicado, a izquierda y a derecha, a todos a quienes les atrae jugar con fuego.
Dedicado a los pragmáticos, que denuncian con prepotencia a los liberales por andar con mariconadas puristas, idealistas e irrelevantes. Nunca comparables a las hazañas de los grandes hombres de acción.
Dedicado a los alt-right, a los socialistas, a los nacionalistas, a los revolucionarios, a los fachas y a los indignados, para que se lean en la historia.
Dedicado al establishment político, a los continuistas. A los socialdemócratas (de izquierda y de derecha). A conservadores y progresistas; a humanistas y terceras vías; a socialistas democráticos y demócratas cristianos. Que aspiran seguir en la inconsciente y ardua labor de ir –poco a poco, pero eso sí, con mucha disciplina- cavando sus propias tumbas y las nuestras.
Finalmente, dedicado muy especialmente a los que amamos la libertad. A los que obstinadamente defendemos el ideal liberal. A quienes comprendemos lo que realmente está en juego, la gran responsabilidad que nos ha tocado en los últimos dos siglos; lo que nuestras ideas han dado a la humanidad; y lo que aún quedan por ofrecerle. A los que no nos dejamos seducir por el primer idiota con gente detrás, solamente porque sea odiado por nuestros liberticidas habituales. A quienes los ladridos a izquierda y a derecha nos mantienen con orgullo la mirada al norte y tan solo ratifican nuestra certeza. A los que amamos la verdad y aborrecemos la mentira. A quienes el infinito optimismo por el sabido potencial de la raza humana en una sociedad abierta, es lo único que nos permite sobrellevar el cruel pesimismo de aquella maldición de Casandra que parece flotar constantemente sobre nosotros. A todos nosotros, porque logremos dejar atrás las diferencias y descubramos mejores maneras para convencer y, sobre todo, para hacer.

Epílogo.-
Espero no tener que recordar amargamente este escrito dentro de unas cuantas décadas en circunstancias muchísimo peores que las actuales...

Luis Luque

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