martes, 28 de diciembre de 2010

¡Feliz día inocentes!

Dedicado a todos aquellos inocentes que por buenas intenciones o por simple error intelectual se han creído las falacias políticas y económicas de élites interesadas a lo largo de la historia democrática de nuestro país, gracias a esto hemos llegado a donde estamos hoy.


Un alto grado de estatismo, colectivismo, presidencialismo y anti-política aunados a una gran debilidad institucional y desconfianza o desprecio por la sociedad, sus individuos y el libre mercado, conforman los elementos básicos de lo que nuestras élites y buena parte de los venezolanos admiten como parte de un discurso políticamente correcto, inclusive hoy en medio de los excesos de la revolución bolivariana que ha demostrado que todos esos supuestos sólo sirvieron para llevar al país al totalitarismo socialista.


Feliz día a los inocentes…
Así le garantizaremos más días felices a quienes se aprovechan de ellos…


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El nuestro es un país joven con un pueblo inmaduro que necesita de grandes hombres que dirijan los destinos de la nación. Es por eso que el Estado debe contar con todos los instrumentos y con un gigantesco poder para que corrija los excesos de los egoístas y alinee los esfuerzos de todos los ciudadanos hacia la consecución de los más elevados fines comunes. El problema de nuestro país es simple: por un lado aún quedan quienes insisten en anteponer sus intereses al bien común y por el otro aquellos que nos han gobernado no han sido los más capaces ni los más honrados a pesar de que siempre los ponemos en el poder porque parecía que sí los eran.


Aquí lo que hace falta es un hombre fuerte, pero democrático y sensible ante la realidad social, que se asesore con brillantes técnicos para planificar la economía y en general toda la vida en sociedad a través de la ciencia y la técnica. La sociedad es como una máquina que requiere grandes sabios que corrijan sus imperfecciones y rediseñe su funcionamiento, es también como un barco que necesita un preclaro capitán que en cada momento vigile que no nos desviemos del rumbo. ¿O es que acaso la sociedad se organiza y se dirige a ella misma? O como me decía alguien hace poco ¿Cómo puede avanzar un país si todos piensan distinto y cada cual va por su lado?


Pero eso sí, todo hay que hacerlo en democracia, aunque a veces pareciera (y lo confiesan algunos en voz bajita) que dictadores buenos, de esos a los que hay que dejar trabajar porque sí, que puedan abstraerse del caos de la excesiva democracia (y en especial si son sensibles socialmente para que tampoco se dejen sobrepasar por el caos del libre mercado), a veces tienen más éxito en llegar a sacar adelante a un país.


Aquí hace falta democracia pero sin partidos políticos, libertad pero sin libertinaje, dictadores buenos pero sin dictadura. La democracia es el más perfecto de los sistemas y no debe tener límite alguno, si la mayoría del pueblo decide ayudar a los pobres entonces el gobierno y toda la sociedad deben hacerlo. Si la mayoría decide que hay que abolir la propiedad privada por el bien común hay que acatarlo, si decide que se deben suspender las libertades para evitar la anarquía habrá que hacerlo, si decide que escritos como este jamás deberán publicarse, necesario y democrático será obedecer. Démosle este poder al sistema y seguro que no habrá excesos porque los gobernantes guiarán sabiamente a su pueblo en estas difíciles decisiones. La democracia sirve para que si logras convencer a una mayoría relativa del pueblo sobre qué es lo que hay que obligar a hacer al resto, se pueda aplicar el plan que cuente con el mayor consenso, con todo el peso de la ley y toda la fuerza del Estado, con legitimidad y legalidad absoluta y en el marco de la más perfecta democracia. No sé porqué dicen aquello de que es el menos malo de los sistemas de gobierno, ni cómo es que salen algunos a pedir que se le pongan límites a la democracia, si los intereses de muchos están por encima de los de pocos. No hay derecho individual que sea más importante que los derechos colectivos, esos que interpreta sabiamente el buen líder que sí sabe entender la consciencia colectiva.


El petróleo por supuesto debe estar en manos del Estado, qué pecado sería afirmar lo contrario. Así como cualquier otro sector que sea estratégico o de interés nacional, y por supuesto esta interpretación le debe tocar al gobernante de turno, no vaya a ser que por una traba burocrática no pueda controlar algo que sea necesario dirigir por el bien común. Así el petróleo, la electricidad, el agua, los alimentos, los bancos, las comunicaciones, la salud, el trabajo, la propiedad, la tierra, las importaciones, las exportaciones, el comercio, la producción, la cultura, la educación, el ocio, todo debe controlarlo el gobierno por el bienestar de todos. ¿O se imaginan a la sociedad haciéndose cargo de todas estas cosas? ¡Anarquía y libertinaje!


El Estado es la encarnación del pueblo y los gobernantes son los intérpretes de la voluntad colectiva. Cada ciudadano es responsable por todos y tiene el deber de trabajar en función del bienestar del país más que del suyo propio. Por esto más que derechos en la constitución debería haber deberes que obliguen a todos a trabajar por el país cuando más se les necesite y no simplemente vivir su vida sin agredir el derecho de nadie ¡Qué manera tan egoísta de vivir! La más hermosa solidaridad es la que se obliga.


¿Cómo dejarle el principal motor de la economía venezolana a sus ciudadanos y no a los sabios gobernantes? ¿Qué pasaría entonces con los pobres? ¿Cómo entonces le haríamos caso a Uslar que hace casi 80 años dijo lo de sembrar el petróleo, si a pesar de sostenerlo todos los políticos de las últimas décadas aún no han podido hacerlo? ¿Cómo se financiarían las expropiaciones, los programas sociales, el desarrollo ordenado (no ese anárquico y sin control que proponen los libertinos), las compras de armas y de voluntades si el gobierno (este no porque es malo, sino el próximo que sí será bueno) no tiene el petróleo en su poder? El petróleo es de todos los venezolanos, Venezuela es rica y si no te ha llegado tu parte es porque te la han quitado o por que los políticos no la han sabido administrar.


Autonomía, libertad, descentralización, libre mercado son potenciales errores que harán que el esfuerzo nazional se desvíe de los objetivos comunes. Pero no hay que ser extremista, modernísimas teorías de gobierno europeas han descubierto y puesto en práctica que puede incluirse al sector privado en el desarrollo de un país. Así es, claro está dirigiendo y planificando este desarrollo de forma tal que se haga lo que el sabio gobierno sabe que hay que hacer y no lo que a los privados se les ocurra. Que la ley y la fuerza del Estado, de acuerdo a un minucioso plan que por supuesto tome en cuenta todas las variables, sean los incentivos que muevan a los privados ¿O es que acaso las sociedades se desarrollan cuando la gente en forma desorganizada busca su propia felicidad y trabaja y crea en función de eso?


De seguro habrá muchos empresarios con quienes el gobierno podrá aliarse para llevar a cabo esta tarea, pero por supuesto al eligir a los gobernantes más honrados no existirá el riesgo de que se escojan a los amigos del partido o que se llegue a una relación ganar-ganar de "tú me financias mi proyecto político y yo te sigo dando contratos y te protejo de la competencia".


Lo que no entiendo es cómo después de llevar décadas pensando así, habiendo tenido gobiernos socialdemócratas, socialcristianos y socialistas, con un inmenso Estado y con el control del petróleo y por tanto de virtualmente toda la economía del país, no terminamos de despegar. Debe ser culpa de los partidos que no lo forman los más nobles personajes que estén a la altura del reto, o que el Estado no ha tenido el poder suficiente, o culpa del pueblo que a pesar de que se le limita y trata de orientar es demasiado ignorante, o del individualismo o capitalismo que casi nadie defiende ni predomina en Venezuela pero que sigue latente evitando que se haga lo que se tiene que hacer por el bien de todos.


¡Hay que poner en el poder al próximo que nos vuelva a decir que con su plan sí saldremos de abajo, esperando que este sí sea el más honesto y preparado y démosle un gobierno con un poder sin límites para que pueda finalmente hacer el bien y más nunca el mal!


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Inspirado en el reclamo de nuestras mamás el día de las madres, en Venezuela todos los días son días del inocente. El problema es que si seguimos pensando así llegará un momento en que será justo dejar de llamarnos inocentes y simplemente deberíamos comenzar a llamarnos idiotas.

domingo, 28 de noviembre de 2010

"Nunca evitaremos el abuso de poder sino estamos dispuestos a limitarlo en una forma que, ocasionalmente, pueda impedir también su empleo para fines deseables” F. A. Hayek, Camino de Servidumbre, 1944

En la Venezuela de hoy, que padece las consecuencias de un gobierno gigantesco, todopoderoso, arbitrario y autoritario, que está al borde de imponer un verdadero Estado totalitario, es de vital importancia que reflexionemos y estemos plenamente conscientes de las ideas que nos llevaron a donde estamos hoy (y que aún tienen el potencial de encaminarnos a un lugar peor). Nuestra generación tiene el deber moral y una oportunidad única para reflexionar cómo hemos llegado hasta acá, antes de que sea demasiado tarde y que estemos condenados a repetir nuevamente nuestra trágica historia. Por esto no podemos darnos el lujo de menospreciar el debate profundo de muchas ideas que en apariencia –por herencia cultural- se dan por válidas como parte de la cultura política venezolana que terminó desembocando en la revolución bolivariana.

Y es que el socialismo chavista no es sino la consecuencia predecible de décadas de un pensamiento político centrado en la creencia de que el Estado es la solución a todos los problemas. Pero esta idea es sólo una pequeña parte de un cuerpo mayor sobre el que se sostiene, que incluye admitir como válido que existen fines comunes para toda la sociedad venezolana (más allá de la garantía de las libertades), a los que todos los ciudadanos debemos subordinar nuestros propios fines, aspiraciones y planes. Esto tradicionalmente se justifica y se admite como correcto y en caso de duda siempre saldrá alguien que en gesto heroico –como si estuviésemos en medio de una guerra, o rodeados por las ruinas de un gran terremoto o como los sobrevivientes de Lost en una isla que los quiere exterminar- dirá: “los intereses de una sola persona no pueden estar por encima de los intereses colectivos”.


Desde ahí, el concebir al Estado como la expresión oficial de esos intereses colectivos y por supuesto entender a los gobernantes de turno como los grandes guías de la sociedad e intérpretes de la difusa pero única voluntad del pueblo, hay un solo paso. Por supuesto para que el Estado pueda llevar a cabo su ambiciosa tarea, deberá ser inmensamente poderoso y dominar una gran parte de la vida social para garantizar que efectivamente toda la actividad se oriente hacia el fin común según el plan. Y alineados con este fin común, interpretado por los gobernantes de entre 30 millones de fines individuales que jamás podrán conocer, tienen que estar, por las buenas o por las malas, todos los venezolanos, para que la acción del Estado sea efectiva según sus ambiciones. Es decir, el fin impuesto, por muy bueno o malo que sea o por muy de acuerdo o en desacuerdo que podamos estar, deberá ser el que encabece nuestras agendas particulares por encima de aquello que valoramos más. De esta forma el legítimo interés individual y la libertad no sólo son menospreciados, sino que prácticamente son los instrumentos de los enemigos del Estado, traidores a la patria y adversos al pueblo venezolano. La democracia se convierte eventualmente en una traba burocrática al intentar conseguir con eficiencia y efectividad los fines del Estado.

La diferencia entre los socialismos light del pasado y el socialismo chavista del presente, es que los primeros, enmarcados en el juego democrático, generaron la cultura de justificación moral de este modelo (en el que estamos inmersos hoy) y crearon todos los instrumentos para que este último, el socialismo en versión dura, pueda hacer lo que está haciendo hoy. La diferencia en el socialismo carnívoro de hoy es que está mucho más claro y es bastante más sincero en cuanto a que el socialismo para que sea efectivo debe ser autoritario y totalitario, por ser imposible lograr un completo acuerdo sobre completamente todo, y alinear voluntariamente a toda la sociedad al veredicto final, resultando obvio que la solución posible debe ser necesariamente incompatible con la democracia, el individuo y las libertades. Esto explica también por qué gran parte de la oposición venezolana es incapaz de reaccionar y ofrecer una alternativa, porque el chavismo representa su misma propuesta, sólo que llevada a sus últimas consecuencias.

Recientemente en una clase de políticas públicas, hicimos el ejercicio de enumerar algunos instrumentos con los que cuenta el Estado para ejecutar políticas. Entre ellos contaban: los impuestos (el dinero producto de nuestro esfuerzo), los subsidios, las regulaciones, toda la estructura jurídica, la estructura de los derechos de propiedad (lo que antes era tuyo y ahora no tanto), “a la macha” (la fuerza coercitiva) y los instrumentos de la política monetaria (lo que vale el dinero que el Estado nos dejó en nuestros bolsillos después de pagar nuestros impuestos).

No muchos de los asistentes fuimos los que como primera impresión pensamos en cómo podría protegerse al ciudadano de este inmenso poder, pero al menos fue uno sólo quien con actitud de aprendiz de proto-fascista se burló de este legítimo temor, que es uno de los principales objetos de estudio de la filosofía política y además es lo que intenta resolver la democracia.

Luego en la misma clase analizamos el ámbito de competencias del Estado (dónde, utilizando aquellos instrumentos, aquél puede ejercer políticas). Entre estos se presentaron algunos muy delicados como: organizar la acción colectiva (donde cabe planificar o dirigir la economía), la justicia distributiva (donde cabe quitar a unos para dar a otros) y nada más y nada menos que el orden moral (lo bueno y lo malo más allá de si afecta o no el derecho de otro).

En conclusión, analizamos con qué cuenta el Estado para accionar y dónde le admitimos que pueda inmiscuirse. En este sentido vimos cómo podría definirse la esfera privada donde cada ciudadano puede ejercer su vida con autonomía según sus deseos y la esfera pública en donde el Estado puede desarrollar su legítima acción. El problema ahí sería que justifiquemos que la esfera pública se sobredimensione y termine por absorber las esferas privadas de los ciudadanos, o como se burlaría aquél aprendiz de proto-fascista “que se nos terminen espichando las burbujas de las esferas privadas”.

Pero el clímax de la clase no llegó sino hasta que, describiendo las características del Estado moderno, se postuló que “el principal objeto de la lealtad es el Estado”. Es decir, antes que deberme lealtad a mí mismo y a mis principios, a mi familia, a mis amigos y a mi comunidad, tengo que deberle lealtad primero al Estado.

Como apuntó oportunamente uno de los compañeros, esto no debía confundirse con lealtad al gobernante de turno, es cierto, aunque yo agregaría que no se limita exclusivamente a los funcionarios públicos, sino que se eleva a todo el aparato del Estado, sus leyes y sus instituciones. Ahora bien, en un contexto en el que el Estado que estamos dispuestos a reconocer se plantea como una inmensa maquinaria de poder, que tiene o puede tener injerencia sobre prácticamente todo (ver más arriba), el ser leal al Estado antes que a nada por el sólo hecho de haber nacido, no es un tema trivial sino algo muy delicado.


¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado cubano cuando este pide a los niños espiar y acusar a sus padres por el bien nacional? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado Nazi cuando decretó las antisemitas Leyes de Nuremberg o "Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes"? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado chino cuya ley de planificación familiar permite tener un segundo hijo sólo cuando se cumplan ciertas condiciones especiales? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado iraní que castiga las relaciones homosexuales con la pena de muerte? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado francés que prohíbe el uso de una vestimenta religiosa islámica en la calle? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado talibán que prohibía a las mujeres estar en la calle sin aquella misma prenda?

¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado venezolano cuando se está aprobando la “Ley sobre Conciliación y mediación Familiar en los Procedimientos del Sistema de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes”, según la cual los Consejos Comunales podrán ser mediadores en los conflictos familiares? Si admitimos que el Estado tiene injerencia en el orden moral, ¿Qué valores prevalecerán cuando el Consejo Comunal entre a tu casa a mediar? ¿Tus valores o los valores del Estado socialista?

La frase “el principal objeto de la lealtad es el Estado” bien pudo haber sido citada del Mein Kampf de Hitler o de algún panfleto de Lenin, Marx, Engels o Mao Tse Tung. Mientras se tenga un Estado inmensamente poderoso y con un ámbito de acción prácticamente ilimitado, en donde el individuo es reducido a un simple instrumento del gobierno para la búsqueda de lo que es su interpretación del fin común a todos los ciudadanos, es un error catastrófico admitir ciegamente este principio como válido.

El llamado es a dudar y a cuestionar, a no reducirse a admitir como válida y sin mayor reflexión una idea que sea presentada en una clase o que forme parte de la “sabiduría convencional” sólo por el hecho de que es lo que se divulga con más fuerza. La invitación es a reflexionar y a entender que todo ese bagaje cultural formó parte de lo que nos llevó a la situación que vive Venezuela hoy y que dependerá de las nuevas generaciones pensar distinto para hacer cosas distintas.

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” Albert Einstein

Caricatura de Roberto Weil

viernes, 9 de julio de 2010

Lo peligroso de la "conciencia colectiva" en la política

@edgarmanuel @LarryNieves lo más peligroso de la presunta "conciencia colectiva" aplicada en política es que siempre se erigirá alguien (un líder, un partido o una mayoría) pretendiendo interpretarla o encarnarla y queriendo aplicársela al resto a la fuerza desde el Estado, en ese punto cualquier concepto de igualdad ante la ley o de justicia será desvirtuado y siempre perderemos todos a la final. Incluso si creemos que nos identificamos hoy con la "conciencia colectiva" de turno, convertida en "contrato social" (que por cierto aún estoy esperando que me lo ofrezcan para firmar) y finalmente hecha ley.

Ejemplos hay muchos según el grado, desde los totalitarismos más sangrientos en el pasado hasta las contradicciones de hoy en día, inclusive en las sociedades más avanzadas, en donde son cosas cotidianas la intolerancia de la mayoría hecha ley (restricciones a la libertad religiosa, nacionalismos anti-inmigrantes, xenofobia, homofobia, etc.) y demás concesiones que hemos hecho al poder del Estado sobre el individuo en nombre del colectivo (ejércitos, mis impuestos usados en virtualmente cualquier cosa, CADIVI, barreras al movimiento de activos y personas, etc.).

El Estado no debe encarnar ninguna conciencia colectiva, ya se ha intentado y los resultados han sido el ejemplo de qué tan bajo puede caer el ser humano. El Estado debe en cambio garantizar que se respeten las libertades individuales para que cada quien pueda cooperar voluntariamente con quien desee, basándose en los principios que más los motiven a actuar (solidaridad, egoísmo, amor al arte, etc.) o en la identidad que pueda tener con algún grupo particular. Sólo así las sociedades libres desarrollarán su máximo potencial. No hace falta una conciencia colectiva para ayudar a otro sin esperar nada a cambio, ni para desarrollar o aceptar una moral o una religión, ni tampoco para identificarse con un grupo y adoptar unos objetivos comunes. Sólo hace falta tener la garantía de ser libre y eso es posible si desde el Estado no se pretende imponer fines comunes a una sociedad.

PD: Eso de conciencia colectiva en este contexto me suena cada vez más a algo místico como en la película Avatar o a "la fuerza" de la guerra de las galaxias. Lo más parecido a esto que reconozco es el legado de la cooperación voluntaria de miles de millones de seres humanos a lo largo de cientos de miles de años, que por supuesto ha podido tejer una maraña de conexiones muy complejas que de forma inconsciente nos une a todos. Pero esto es definitivamente algo muy distinto a renunciar a mi individualidad para abandonarme en la marea de lo colectivo de acuerdo a unos fines comunes que se hagan cumplir desde el Estado.

martes, 25 de mayo de 2010

Algunas reflexiones en el contexto de la amenaza a la Polar

Imagina que fuese tan fácil sacarse una cédula o un pasaporte, conseguir a un policía, reportar un hueco en la calle o registrar una compañía como lo es comprar un kilo de harina PAN o una Solera Light. Ahora imagina que como Polar existiesen 10 empresas más en el rubro de alimentos (dando empleo e ingresos a un gentío a cambio de trabajo honrado y productivo) compitiendo entre sí mejorando la calidad de sus productos y bajando los precios, todo para tener más clientes y conseguir más dividendos. Ahora imagina que todas esas empresas cotizaran en la bolsa para compartir el riesgo y tener acceso a más capital y que sus empleados y tú y yo pudiésemos tener nuestros ahorros y fondos de pensiones para la vejez invertidos en esas y en otras muchas acciones. Imagina que todos nosotros fuésemos dueños de acciones de muchas empresas, obligando a su directiva a rendirnos cuentas a todos, a ser más eficientes y a desarrollar sus actividades de la forma más correcta posible para con sus trabajadores, accionistas, el medioambiente y las comunidades (no sé tú pero yo no invertiría mi dinero en una compañía cuya conducta no apruebo y si yo no lo hago y persuado a muchos a que tampoco lo hagan, la compañía o cambia su conducta o pierde valor en la bolsa). Imagina que tengas la libertad de elegir entre muchas empresas para cada cosa que necesites y que nada ni nadie te obligue a conformarte con unas pocas alternativas. Imagina que entonces utilizas tu poder de decisión para incentivar a las empresas a ofrecer mejores y más baratos productos de la forma que consideres más correcta según tus propios valores y necesidades. Las empresas competirían a la vez en varios planos beneficiando a muchos: en el mercado laboral ofreciendo remuneraciones más atractivas para conseguir y mantener a los mejores empleados, en la bolsa para conseguir más inversionistas y aumentar el valor de la empresa, en la calle para conseguir más clientes, etc.

Ahora imagina que las atribuciones del Estado (el único que de forma legítima puede ejercer la coacción) se concentren casi exclusivamente en que el fuerte no ataque al débil, en que los contratos entre patronos-empleados, clientes-proveedores y en general entre cualesquiera dos personas se respetasen según lo acordado, en que no existan carteles, monopolios u oligopolios, en que la competencia sea leal; un Estado que se dedicase a preservar el derecho a la propiedad, a garantizar la seguridad física y jurídica de sus ciudadanos y a mantener un marco jurídico claro y transparente en el que las empresas de cualquier índole puedan competir para beneficiar a la vez a sus consumidores, trabajadores e inversionistas.

Imagina un Estado que reconozca los mismos derechos para todos sin discriminación alguna basado en la más perfecta democracia en donde el gobierno (pequeño pero fuerte y a la vez controlado y subordinado a sus ciudadanos) no dijese a sus ciudadanos qué hacer con su vida o con el dinero ganado con su esfuerzo propio, sino que velara porque nadie utilice la fuerza (propia o del mismo Estado) en contra de otro para obligarle a hacer algo contrario a su voluntad. Imagina que de forma voluntaria y sin obligar nada a nadie los altruistas y solidarios se dedicaran por sus propios medios y de la mejor forma que tengan a su alcance a ayudar a los pobres, que las iglesias se dedicaran a defender y transmitir sus sistemas de valores particulares sin pedirle al Estado que los haga ley imponiendo sus creencias particulares al resto, que infinitas asociaciones defendieran intereses de grupo u ofrecieran sus ideas al resto para ser voluntariamente adoptadas o rechazadas y que cada uno de nosotros tuviese la libertad plena de persuadir a otros y de decidir qué es lo que más me conviene a mí mismo, a mi entorno o al resto de la sociedad, por supuesto siendo yo y sólo yo responsable de las consecuencias de mis decisiones.

Si en vez de imaginar todo esto lo hiciésemos realidad, las fuentes de empleo serían cada vez más y mejores, habría cada vez menos pobreza, los abusos del gobierno y de los poderosos serían cada vez menos, no se utilizaría el poder del Estado para beneficiar a un grupito político o empresarial, o a una mayoría (sin importar qué tan grande pueda ser) mientras se violan o no se garantizan por igual los derechos de una minoría (sin importar que tan pequeña sea). Entonces tendríamos TODOS una Venezuela de progreso, con una sociedad verdaderamente LIBRE, repleta de OPORTUNIDADES y (lo mejor) todo esto sin haberle violado a NADIE su derecho. Este es el LIBERALISMO en el que creo.


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Pero en Venezuela siempre hemos ido en sentido contrario. Existe la creencia de que el Gobierno es la estrella del juego y que la sociedad es una herramienta o inclusive un mero espectador, algo así como que en un partido de fútbol uno vaya por el árbitro en vez de por cualquiera de los equipos. La misma sociedad con una pobrísima cultura política acepta esto como una verdad incuestionable porque al fin y al cabo nos acostumbramos a que dependiendo de lo que haga el gobierno de turno o morimos todos o vivimos todos (claro siempre unos mejor que otros). Por supuesto esto tiene sentido cuando el gobierno monopoliza la principal actividad económica del país, regula hasta el límite de la asfixia el resto y utiliza el dinero público para mantener las bases de su poder a través del clientelismo y populismo más institucionalizado. Y la propaganda colectivista que justifica esta situación “por el bien común” o “por solidaridad para acabar con la pobreza” ha calado tanto en la sociedad venezolana que la frase “libertades individuales” es prácticamente pornografía frente al aceptado dogma de que el interés colectivo siempre prevalece sobre el individual. De vez en vez el caudillo intérprete del pueblo o una mayoría circunstancial se pronuncia acerca de cuál es ese comodín denominado “interés colectivo”, es entonces cuando todo el poder del Estado se abalanza contra cualquier minoría o individuo sin plantearse jamás el dilema de donde queda el límite inviolable del derecho de tan sólo uno de los ciudadanos. Por supuesto para que el “interés colectivo” prevalezca el Gobierno (malinterpretado como la encarnación del pueblo) debe ser gigantesco y poderoso.

En Venezuela el fuerte siempre ha abusado del débil (desde el motorizado en la calle hasta el “empresario” mercantilista bien conecta’o) y cuando no puede abusar solo le pide al Estado que lo ayude. Por supuesto el político apoya al empresario que le financia la campaña y a cambio le protege su sector o le regala un subsidio para garantizar el “desarrollo endógeno nacional” o para “proteger el empleo nacional” y le jode a la competencia (si la tiene) con cualquier otra excusa, lo que no hace otra cosa que ocasionar que los poquísimos productos disponibles sean cada vez más caros y de menor calidad perjudicando especialmente a los pobres. Al pobre el Estado lo mantiene pobre y en el borde de la supervivencia con “programas sociales para acabar con la pobreza” no vaya a ser que se le olvide quien es el jefe y por quién tendrá que votar en las próximas elecciones.

El Estado venezolano nunca ha administrado eficientemente lo que primordialmente habría tenido que administrar, es decir garantizar la seguridad física y jurídica de sus ciudadanos (precisamente que el fuerte no abuse del débil), sino que más bien se preocupa por controlar cada vez más y más. Con cada control que se instituya habrá más cargos en la administración pública y más barreras para la gente y por ende más posibilidad de chanchullo y por lo tanto ingresos adicionales para mantener a la “industria de gobernarte” funcionando (mantener a mis financistas y a mis militantes contentos y antes de Chávez también a los militantes de los otros partidos del sistema, porque “todos somos caballeros”). En Venezuela el Estado siempre ha sido gigantesco para poder albergar a una gran cantidad de cargos de “funcionarios” públicos, claro está para poder pagar a los militantes del partido por los favores recibidos en tiempos de campaña electoral, jamás para servir a los ciudadanos. El único poder que el ciudadano cree tener para hacer frente a esta situación es votar en la próxima elección por un partido distinto, lo malo es que si gobernar es un negocio en casi cualquier parte, en Venezuela es además un cártel ya que todos los partidos siempre se han puesto de acuerdo (explícita o tácitamente, consciente o inconscientemente) para mantener este sistema funcionando a la perfección. Si hoy esta industria la monopolizan Chávez y sus secuaces otrora era un oligopolio de los partidos tradicionales y los no tanto. Espero ansioso por saber si en el futuro la oposición venezolana de hoy (la de adentro y fuera de la mesa) se conformará en partidos vigorosos, con ideas y programas consistentes para servir al país, o si más bien será otro cartel más con el discursito y las políticas más convenientes no para el progreso de Venezuela sino para mantener bien engrasada a esta “industria de gobernarte” y que la democracia que habrá entonces se juzgará más por qué tan amplio sea el cártel en vez de por las garantía de libertades que el Estado realmente otorgue a los ciudadanos.

Hoy a riesgo de verdaderamente morirnos todos de hambre esta “industria de gobernarte”, monopolizada radicalmente desde hace 10 años por Chávez quien ha llevado todo al extremo al ni siquiera preocuparle tan sólo un poco las formas, amenaza con apropiarse de la mayor productora y distribuidora de alimentos: Polar. Nuevamente la cultura colectivista insertada durante décadas para justificar la “industria” sirve para que en la conciencia colectiva se activen mecanismos inconscientes que justifiquen perversamente esta medida ya que “la comida no es una mercancía” y “qué importará el derecho de propiedad de los Mendoza frente al derecho de los venezolanos a comer arepa”. Tanto hay de verdad en lo que estoy diciendo que así como ocurrió con RCTV, las emisoras de radio, las productoras de café y un lamentablemente largo etcétera, el discurso “políticamente correcto” para la opinión pública no se centra en defender el derecho a la propiedad, las libertades individuales o la libertad de expresión, sino que se opta por una defensa más “social” de los derechos de los trabajadores de esas empresas o por argumentos en función del cálculo del beneficio que esas expropiaciones tendrían verdaderamente para los pobres. Y los políticos que argumentan que ese es el discurso que más cala y que sería difícil hablarles de temas abstractos a los pobres para conseguir su apoyo, peligrosamente pueden estar consintiendo esa cultura de inversión de valores que nos trajo a Chávez y que puede llevarnos incluso a situaciones peores.

Pero para aparentar que este escrito no rompe con esa estandarizada tradición de lo “políticamente correcto” no voy a terminar abstractamente diciendo que un sistema basado en libertades es el más válido desde una perspectiva ética, sino que me uno a la corriente y lo defiendo entonces también por eficiente y de esta forma termino tan “aterrizado” como comencé: No quiero imaginarme que el conseguir un paquete de harina PAN o una Solera Light vaya a ser tan difícil como sacarse una cédula o un pasaporte, conseguir a un policía, reportar un hueco en la calle o registrar una compañía.