domingo, 28 de noviembre de 2010

"Nunca evitaremos el abuso de poder sino estamos dispuestos a limitarlo en una forma que, ocasionalmente, pueda impedir también su empleo para fines deseables” F. A. Hayek, Camino de Servidumbre, 1944

En la Venezuela de hoy, que padece las consecuencias de un gobierno gigantesco, todopoderoso, arbitrario y autoritario, que está al borde de imponer un verdadero Estado totalitario, es de vital importancia que reflexionemos y estemos plenamente conscientes de las ideas que nos llevaron a donde estamos hoy (y que aún tienen el potencial de encaminarnos a un lugar peor). Nuestra generación tiene el deber moral y una oportunidad única para reflexionar cómo hemos llegado hasta acá, antes de que sea demasiado tarde y que estemos condenados a repetir nuevamente nuestra trágica historia. Por esto no podemos darnos el lujo de menospreciar el debate profundo de muchas ideas que en apariencia –por herencia cultural- se dan por válidas como parte de la cultura política venezolana que terminó desembocando en la revolución bolivariana.

Y es que el socialismo chavista no es sino la consecuencia predecible de décadas de un pensamiento político centrado en la creencia de que el Estado es la solución a todos los problemas. Pero esta idea es sólo una pequeña parte de un cuerpo mayor sobre el que se sostiene, que incluye admitir como válido que existen fines comunes para toda la sociedad venezolana (más allá de la garantía de las libertades), a los que todos los ciudadanos debemos subordinar nuestros propios fines, aspiraciones y planes. Esto tradicionalmente se justifica y se admite como correcto y en caso de duda siempre saldrá alguien que en gesto heroico –como si estuviésemos en medio de una guerra, o rodeados por las ruinas de un gran terremoto o como los sobrevivientes de Lost en una isla que los quiere exterminar- dirá: “los intereses de una sola persona no pueden estar por encima de los intereses colectivos”.


Desde ahí, el concebir al Estado como la expresión oficial de esos intereses colectivos y por supuesto entender a los gobernantes de turno como los grandes guías de la sociedad e intérpretes de la difusa pero única voluntad del pueblo, hay un solo paso. Por supuesto para que el Estado pueda llevar a cabo su ambiciosa tarea, deberá ser inmensamente poderoso y dominar una gran parte de la vida social para garantizar que efectivamente toda la actividad se oriente hacia el fin común según el plan. Y alineados con este fin común, interpretado por los gobernantes de entre 30 millones de fines individuales que jamás podrán conocer, tienen que estar, por las buenas o por las malas, todos los venezolanos, para que la acción del Estado sea efectiva según sus ambiciones. Es decir, el fin impuesto, por muy bueno o malo que sea o por muy de acuerdo o en desacuerdo que podamos estar, deberá ser el que encabece nuestras agendas particulares por encima de aquello que valoramos más. De esta forma el legítimo interés individual y la libertad no sólo son menospreciados, sino que prácticamente son los instrumentos de los enemigos del Estado, traidores a la patria y adversos al pueblo venezolano. La democracia se convierte eventualmente en una traba burocrática al intentar conseguir con eficiencia y efectividad los fines del Estado.

La diferencia entre los socialismos light del pasado y el socialismo chavista del presente, es que los primeros, enmarcados en el juego democrático, generaron la cultura de justificación moral de este modelo (en el que estamos inmersos hoy) y crearon todos los instrumentos para que este último, el socialismo en versión dura, pueda hacer lo que está haciendo hoy. La diferencia en el socialismo carnívoro de hoy es que está mucho más claro y es bastante más sincero en cuanto a que el socialismo para que sea efectivo debe ser autoritario y totalitario, por ser imposible lograr un completo acuerdo sobre completamente todo, y alinear voluntariamente a toda la sociedad al veredicto final, resultando obvio que la solución posible debe ser necesariamente incompatible con la democracia, el individuo y las libertades. Esto explica también por qué gran parte de la oposición venezolana es incapaz de reaccionar y ofrecer una alternativa, porque el chavismo representa su misma propuesta, sólo que llevada a sus últimas consecuencias.

Recientemente en una clase de políticas públicas, hicimos el ejercicio de enumerar algunos instrumentos con los que cuenta el Estado para ejecutar políticas. Entre ellos contaban: los impuestos (el dinero producto de nuestro esfuerzo), los subsidios, las regulaciones, toda la estructura jurídica, la estructura de los derechos de propiedad (lo que antes era tuyo y ahora no tanto), “a la macha” (la fuerza coercitiva) y los instrumentos de la política monetaria (lo que vale el dinero que el Estado nos dejó en nuestros bolsillos después de pagar nuestros impuestos).

No muchos de los asistentes fuimos los que como primera impresión pensamos en cómo podría protegerse al ciudadano de este inmenso poder, pero al menos fue uno sólo quien con actitud de aprendiz de proto-fascista se burló de este legítimo temor, que es uno de los principales objetos de estudio de la filosofía política y además es lo que intenta resolver la democracia.

Luego en la misma clase analizamos el ámbito de competencias del Estado (dónde, utilizando aquellos instrumentos, aquél puede ejercer políticas). Entre estos se presentaron algunos muy delicados como: organizar la acción colectiva (donde cabe planificar o dirigir la economía), la justicia distributiva (donde cabe quitar a unos para dar a otros) y nada más y nada menos que el orden moral (lo bueno y lo malo más allá de si afecta o no el derecho de otro).

En conclusión, analizamos con qué cuenta el Estado para accionar y dónde le admitimos que pueda inmiscuirse. En este sentido vimos cómo podría definirse la esfera privada donde cada ciudadano puede ejercer su vida con autonomía según sus deseos y la esfera pública en donde el Estado puede desarrollar su legítima acción. El problema ahí sería que justifiquemos que la esfera pública se sobredimensione y termine por absorber las esferas privadas de los ciudadanos, o como se burlaría aquél aprendiz de proto-fascista “que se nos terminen espichando las burbujas de las esferas privadas”.

Pero el clímax de la clase no llegó sino hasta que, describiendo las características del Estado moderno, se postuló que “el principal objeto de la lealtad es el Estado”. Es decir, antes que deberme lealtad a mí mismo y a mis principios, a mi familia, a mis amigos y a mi comunidad, tengo que deberle lealtad primero al Estado.

Como apuntó oportunamente uno de los compañeros, esto no debía confundirse con lealtad al gobernante de turno, es cierto, aunque yo agregaría que no se limita exclusivamente a los funcionarios públicos, sino que se eleva a todo el aparato del Estado, sus leyes y sus instituciones. Ahora bien, en un contexto en el que el Estado que estamos dispuestos a reconocer se plantea como una inmensa maquinaria de poder, que tiene o puede tener injerencia sobre prácticamente todo (ver más arriba), el ser leal al Estado antes que a nada por el sólo hecho de haber nacido, no es un tema trivial sino algo muy delicado.


¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado cubano cuando este pide a los niños espiar y acusar a sus padres por el bien nacional? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado Nazi cuando decretó las antisemitas Leyes de Nuremberg o "Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes"? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado chino cuya ley de planificación familiar permite tener un segundo hijo sólo cuando se cumplan ciertas condiciones especiales? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado iraní que castiga las relaciones homosexuales con la pena de muerte? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado francés que prohíbe el uso de una vestimenta religiosa islámica en la calle? ¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado talibán que prohibía a las mujeres estar en la calle sin aquella misma prenda?

¿Cómo pedirnos ser leales primero al Estado venezolano cuando se está aprobando la “Ley sobre Conciliación y mediación Familiar en los Procedimientos del Sistema de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes”, según la cual los Consejos Comunales podrán ser mediadores en los conflictos familiares? Si admitimos que el Estado tiene injerencia en el orden moral, ¿Qué valores prevalecerán cuando el Consejo Comunal entre a tu casa a mediar? ¿Tus valores o los valores del Estado socialista?

La frase “el principal objeto de la lealtad es el Estado” bien pudo haber sido citada del Mein Kampf de Hitler o de algún panfleto de Lenin, Marx, Engels o Mao Tse Tung. Mientras se tenga un Estado inmensamente poderoso y con un ámbito de acción prácticamente ilimitado, en donde el individuo es reducido a un simple instrumento del gobierno para la búsqueda de lo que es su interpretación del fin común a todos los ciudadanos, es un error catastrófico admitir ciegamente este principio como válido.

El llamado es a dudar y a cuestionar, a no reducirse a admitir como válida y sin mayor reflexión una idea que sea presentada en una clase o que forme parte de la “sabiduría convencional” sólo por el hecho de que es lo que se divulga con más fuerza. La invitación es a reflexionar y a entender que todo ese bagaje cultural formó parte de lo que nos llevó a la situación que vive Venezuela hoy y que dependerá de las nuevas generaciones pensar distinto para hacer cosas distintas.

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” Albert Einstein

Caricatura de Roberto Weil